DÉCOUVRIR LE VÉRITABLE JÉSUS

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Duá —una palabra árabe transcrita aquí al alfabeto latino—. Tres letras que conforman una palabra y un tema que es grande e impresionante. Esta palabra, duá, podría ser traducida aproximadamente como súplica o invocación. Sin embargo, ninguna palabra puede definir adecuadamente la duá. Súplica, que significa comunicación con una deidad, es más cercana que “invocación”, pues esta palabra es conocida por implicar a veces el convocar a espíritus o demonios.

En la terminología islámica, duá es el acto de suplicar. Es invocar a Dios, es una conversación con Dios, nuestro Creador, nuestro Señor, el Omnisapiente, el Todopoderoso. De hecho, la palabra deriva de la raíz árabe que significa llamar o convocar. Duá es elevar, empoderar, liberar y transformar, y es uno de los actos de adoración más poderosos y efectivos en el que un ser humano pueda tomar parte. La duá ha sido llamada “el arma del creyente”. Ella afirma la creencia de la persona en Un Dios, y por tanto rechaza toda forma de idolatría y politeísmo. La duá es esencialmente, sumisión a Dios y una manifestación de la necesidad de Dios que tiene la persona.

El Profeta Muhammad, que Dios lo bendiga, dijo: “Un siervo se hace más cercano a su Señor cuando está en postración. Así que aumenten las súplicas durante las postraciones”[1]. “La súplica de cada uno de ustedes será concedida si no se impacienta y no dice: ‘Le supliqué a mi Señor pero mi oración no fue escuchada’”[2].

Entendiendo ya lo que es exactamente la duá, sería fácil para alguien de origen cristiano pensar que se refiere a la oración. La duá de seguro mantiene semejanzas con la oración de los cristianos, sin embargo, no debe confundirse con lo que los musulmanes llaman oración. En árabe “oración” es salah, uno de los pilares del Islam, y al realizar las cinco oraciones diarias un musulmán se involucra en una forma física de duá, pidiéndole a Dios que le otorgue el Paraíso a través de sus actos. En todas las partes de la oración, uno también le suplica directamente a Dios.

Para los musulmanes, la oración es un conjunto de movimientos y palabras rituales realizado en unos momentos específicos, cinco veces al día. Dios dice en el Corán: “La oración ha sido prescrita a los creyentes para ser realizada en horarios específicos” (Corán 4:103). Los musulmanes rezan temprano en la mañana antes del amanecer, a mediodía, por la tarde, al ocaso y por la noche. La oración es un acto de adoración en el cual un musulmán reafirma su creencia en Un Dios y demuestra su gratitud. Es una conexión directa entre Dios y el creyente, y es una obligación.

La duá, por otro lado, es una forma que tienen los musulmanes de sentir esa conexión con Dios en cualquier momento y lugar. Los musulmanes invocan con frecuencia a Dios a lo largo del día y de la noche. Elevan sus manos en súplica y piden por Su ayuda, misericordia y perdón. La duáincorpora alabanza, agradecimiento, esperanza, y pedir a Dios que ayude a quien está necesitado y le conceda sus pedidos.

La duá puede ser hecha por el individuo, su familia, amigos, extraños, aquellos en circunstancias extremas, por los creyentes e incluso por el conjunto de la humanidad. Cuando se hace duá, es aceptable pedir por el bien en esta vida mundanal y el en más allá. Una persona que hace duá no debería contenerse, sino pedirle a Dios que le conceda tanto sus pedidos pequeños como los más grandes.

El Profeta Muhammad, que la paz y las bendiciones de Dios sean con él, animó a los creyentes a hacer duá. Dijo: “La duá de un musulmán por su hermano en su ausencia es aceptada rápidamente. Un ángel es designado a su lado. Siempre que haga una duá benéfica por su hermano, el ángel designado dice: ‘Amén, y que tú también seas bendecido con lo mismo’”[3].

Aunque hacer duá no es una obligación, hay muchos beneficios en hacer duá a Dios con frecuencia y con total sumisión. Sentir la cercanía de Dios que viene con la duá sincera, incremente la fe, da esperanza y alivio al afligido, y salva al suplicante de la desesperación y el aislamiento. A través de todo el Corán, Dios anima al creyente a invocarlo, Él nos pide que pongamos nuestros sueños, esperanzas, temores e incertidumbres ante Él y que estemos seguros de que Él escucha cada una de nuestras palabras.

“Solo a Ti te adoramos y solo de Ti imploramos ayuda”. (Corán 1:5)

“Su Señor dice: ‘Invóquenme, que responderé [sus súplicas]’. Pero quienes por soberbia se nieguen a adorarme, ingresarán al Infierno humillados”. (Corán 40:60)

“Di: ‘¡Oh, siervos míos que están sumidos en el pecado [perjudicándose a sí mismos]! No desesperen de la misericordia de Dios. Dios tiene poder para perdonar todos los pecados. Él es el Perdonador, el Misericordioso’”. (Corán 39:53)

“Diles: ‘Ya sea que Lo invoquen diciendo: ¡Oh, Dios!, ¡oh, Compasivo!, o cualquier otro nombre con el que Lo invoquen, Él los oirá. Sepan que Él posee los nombres [y atributos] más sublimes’”. (Corán 17:110)

“Y si Mis siervos te preguntan por Mí [¡oh, Muhammad!, diles] que estoy cerca de ellos. Respondo la súplica de quien Me invoca. [Entonces] que me obedezcan y crean en Mí, que así se encaminarán”. (Corán 2:186)

El Profeta Muhammad, que la paz y las bendiciones de Dios sean con él, llamó a la duá “la esencia de la adoración”[4]. También sugirió que el creyente sea humilde pero firme cuando hace duá, y dijo: “Cuando uno de ustedes suplica, no debería decir: ‘¡Oh, Dios!, perdóname si así quieres’, sino que debe ser firme en pedir y no quedarse corto en mencionar lo que desea, pues lo que Dios da no es nada grande para Él.”[5]

Cuando hacemos duá, cuando invocamos a Dios en nuestros momentos de necesidad o para expresarle nuestra gratitud, o por cualquier otra razón, incluyendo el simple bienestar de estar cerca a Dios, debemos recordar examinar nuestra sinceridad y verificar nuestra intención. La duádebe ser dirigida solo a Dios, Quien no tiene compañeros, hijas, hijos, socios ni intermediarios. Nuestra intención cuando hacemos duá debe ser complacer a Dios, obedecerlo y confiar en Él por completo.

Cuando una persona hace duá, Dios puede darle lo que pidió o puede quitarle un daño que es mayor que aquello que pidió, o puede guardarle lo que ha pedido para el Más Allá. Dios nos ha ordenado que Lo invoquemos y Él ha prometido responder a nuestros llamados. En el siguiente artículo, revisaremos la etiqueta de hacer duá y veremos por qué a veces la duá parece quedarse sin respuesta.

La duá es esencialmente, sumisión a Dios y una señal de nuestra necesidad de Dios. La duá ha sido llamada el arma del creyente, pues aumenta la fe, da esperanza y alivio al afligido, y salva al suplicante de la desesperación y el aislamiento. Y quizás lo más importante es que Dios ama que le pidamos y nos anima a invocarlo por todas nuestras necesidades, deseos y anhelos.

El reconocido erudito islámico Imam Ibn Al Qaim describió así la duá: “La duá y las oraciones para buscar refugio en Dios son como un arma, y un arma solo es buena si la persona la utiliza; no es simplemente un asunto de cuán afilada esté. Si el arma es perfecta, sin defectos, y el arma o la persona que la utiliza es fuerte, y no hay nada que lo detenga, entonces él puede derrotar al enemigo. Pero si alguna de estas tres características falla, entonces el efecto será incompleto en consecuencia”.

Es pues de nuestra incumbencia, que cuando hagamos nuestra duá la hagamos de la mejor forma posible. Como una forma de afilar metafóricamente nuestra espada, debemos esforzarnos por invocar a Dios de la mejor manera y con los mejores modales. Hay una etiqueta para hacer duá. Seguir dicha etiqueta es una indicación de que una persona es sincera y se esfuerza por maximizar sus posibilidades de que Dios acepte la duá, Quien dice: “Respondo la súplica de quien Me invoca” (Corán 2:186).

Una creencia firme y constante en la Unicidad de Dios (Tawhid) es un ingrediente esencial para la duá. La sinceridad y la buena voluntad para aceptar que solo Dios es capaz de cambiar el curso de los eventos y de conceder nuestras peticiones, también son necesarias. El suplicante debería invocar a Dios con ilusión y urgencia, pero permaneciendo humilde y tranquilo, sin estar exasperado ni aburrido. El Profeta Muhammad, que la paz y las bendiciones de Dios sean con él, gustaba de hacer su duá tres veces y también pedía perdón tres veces[1].

Alabar a Dios de la forma en que Él merece ser alabado es el punto de partida para una persona que hace duá. Mientras el Profeta Muhammad estaba sentado, llegó un hombre, rezó y dijo: “¡Oh, Dios!, perdóname y ten misericordia de mí”. El Profeta Muhammad lo escuchó y dijo: “Te has precipitado demasiado, ¡oh, adorador! Cuando hayas terminado de rezar y te hayas sentado, alaba a Dios como Él merece ser alabado, y pide bendiciones para mí, luego eleva tu duáa Él”[2]. El Profeta Muhammad también recomendó levantar las manos al hacer la duá. Dijo: “Tu Señor, alabado y glorificado sea, es Gentil y es el Más Generoso, Él es demasiado amable como para dejar que su siervo, cuando levanta las manos hacia Él, las regrese vacías”[3].

Alabar a Dios en la forma que Él merece ser alabado, en esencia significa reconocer Su Unidad y Unicidad. Él es el Primero, el Último, el Principio y el Fin. Solo Él tiene el Poder y la Fuerza. Reconoce esto y envía bendiciones al Profeta Muhammad, antes de suplicarle a Dios.

Cuando el suplicante extiende sus manos hacia Dios, debe hacerlo con humildad. Dios nos dice en el Corán que la humildad es una cualidad deseable, que el creyente debe pedirle a su Señor con una mezcla de esperanza y temor. La esperanza de que Dios escuchará su duá y lo mantendrá a salvo de las pruebas y tribulaciones de la vida, y temor de que sus actos disgusten a su Señor.

“Invoquen a su Señor con humildad en privado”. (Corán 7:55)

“Los agracié porque siempre se apresuraban a realizar obras buenas, Me invocaban con temor y esperanza, y eran humildes ante Mí”. (Corán 21:90)

“Recuerda a tu Señor en tu interior con sometimiento y temor, e invócalo con voz baja por la mañana y por la tarde”. (Corán 7:205)

Los mejores momentos para hacer duá incluyen el instante justo antes del Fayer (oración del alba), en el último tercio de la noche, durante la última hora del viernes (es decir, la última hora antes de la oración del ocaso), cuando está lloviendo, y entre la llamada a la oración y el iqamah(la llamada inmediatamente antes de que comience la oración). Otro momento excelente para hacer duá es cuando el creyente está en postración.

El creyente debe esforzarse por utilizar las palabras más claras y concisas cuando realiza sus súplicas. Las mejores duás son las que usaron los profetas; sin embargo, es permisible decir otras palabras de acuerdo con las necesidades específicas del suplicante. Hay muchas colecciones maravillosas de duás auténticas, y los creyentes deben tener un cuidado especial para autenticar las duás que utilizan para suplicarle a Dios.

Cuando se hace duá es importante decir aquellas auténticas que se encuentran en el Corán o en las tradiciones del Profeta Muhammad, o las palabras que le lleguen espontáneamente a uno a la mente cuando está buscando la protección o el perdón de Dios. No está permitido establecer un lugar, momento o número de repeticiones específicos para hacer duá. Hacer eso sería un acto de innovación en la religión del Islam, y ese es un asunto serio.

Por ejemplo, cuando uno se vuelve hacia Dios en su momento más oscuro o en un momento de alegría, habla desde su corazón con sinceridad y amor. Una persona nunca debe temer conversar con Dios, poniendo frente a Él su corazón, sus anhelos, su amor, sus temores y sus deseos. Sin embargo, si uno comienza a realizar rituales extraños, como hacer duá 30 veces los miércoles después de la oración de la tarde, entonces comienzan los problemas. Como regla general, la duá debe ser espontánea, o realizada según lo narrado auténticamente. Esto no es complicado, el Islam sin rituales ni supersticiones creados por el hombre, es pura devoción a Dios, y es fácil y reconfortante.

Para cerrar el artículo de esta semana, vamos a nombrar situaciones en las que la duá tiene más probabilidad de ser aceptada. Estas situaciones incluyen, cuando uno es maltratado u oprimido, cuando está de viaje, cuando está ayunando, cuando tienen una necesidad desesperada, y cuando un musulmán hace duá por su hermano ausente.

Como creyentes, sabemos que Dios está por encima de los cielos, por encima de Su creación y, sin embargo, Él no está restringido por ninguna dimensión física. Dios está cercano, muy cercano, de quienes creen en Él, y responde todos sus llamados. Dios conoce todos nuestros secretos, sueños y deseos, nada está oculto a Él. Dios está con Su creación por Su conocimiento y poder. Entonces, ¿por qué algunas súplicas se quedan sin respuesta?

Esta es, de hecho, una pregunta muy importante, e incluso los primeros musulmanes estuvieron preocupados por su respuesta. Abu Hurairah, uno de los compañeros más cercanos del Profeta, dijo que escuchó al Profeta, que la paz y las bendiciones de Dios sean con él, decir: “Las duás de una persona serán respondidas siempre que no pida por algo pecaminoso ni por la ruptura de lazos familiares”[1]. De esto aprendemos que si la duá es inapropiada o si uno está pidiendo por algo pecaminoso, Dios no la responderá.

Si la persona hace duá comunicándose con Dios de forma arrogante, quizás quejándose o levantando su voz con ira o con petulancia, Dios no le responderá. Otra razón por la que Dios no responde una duá es cuando el suplicante le ruega a Dios por ayuda o por comodidades, cuando está rodeado de riquezas, alimentos o ropas ilícitas. Uno no puede participar continuamente en comportamientos y actividades pecaminosas, sin siquiera un segundo de remordimiento, y al mismo tiempo esperar que Dios responda su duá y sus peticiones.

El Profeta Muhammad le dijo a sus compañeros que “Dios está muy lejos de toda imperfección, y solo acepta lo que es lícito. Dios ordenó a los piadosos seguir los mismos mandamientos que Él entregó a los Mensajeros.

“¡Oh, Mensajeros! Coman de las cosas buenas y hagan buenas obras, que Yo bien sé lo que hacen”. (Corán 23:51)

“¡Oh, creyentes! Coman de las cosas buenas que les he proveído”. (Corán 2:172)

A continuación, el Profeta Muhammad mencionó (el ejemplo de) un hombre que había hecho un viaje largo, estaba despeinado y cubierto de polvo, y alzó sus manos al cielo: “¡Oh, Señor, oh, Señor!”, pero su comida era ilícita, y su bebida era ilícita, entonces, ¿cómo podía ser aceptada su duá?[2]

El hombre aquí descrito tenía algunas de las características que hacen que la duá tenga más probabilidades de ser aceptada. Estas fueron mencionadas al final del segundo artículo que aborda este tema. Se puede deducir que a causa de que este hombre no vivía su vida dentro de los límites de lo lícito, su duá no fue aceptada.

Otro punto importante a recordar es no apresurarse. Un suplicante nunca debe darse por vencido, nunca debe decir: “¡Yo rezo y rezo, y hago duá tras duá, pero Dios no me escucha, Él no me responde!” Justo cuando una persona siente que va a perder la esperanza, es cuando debe hacer más duá, pedirle a Dios una y otra vez por más y más. No hay poder ni fuerza sino solo en Dios. No hay solución ni resultado sino solo el que brinda Dios. Cuando le suplica a Dios, una persona debe ser a la vez firme y sincera.

“La súplica de cada uno de ustedes será concedida si no se impacienta y no dice: ‘Le supliqué a mi Señor pero mi oración no fue escuchada’”[3].

“Que ninguno de ustedes diga: ‘¡Oh, Dios!, perdóname si es Tu voluntad, ¡oh, Dios, ten misericordia de mí si así lo quieres’. Que sea resuelto en el asunto, siendo a la vez consciente de que nadie puede obligar a Dios a hacer nada”[4].

También es importante entender que una respuesta a una duá puede no ser exactamente lo que uno espera. Dios puede responder y cumplir el deseo de una persona de manera inmediata. Algunas veces, la duá obtiene respuesta muy rápido. Sin embargo, a veces Dios responde de forma diferente. Él puede alejar del suplicante algo malo, o recompensarlo con algo bueno aunque no sea exactamente lo que ha pedido. Es importante recordar que Dios sabe lo que depara el futuro y nosotros no.

“...Es posible que les disguste algo y sea un bien para ustedes, y es posible que amen algo y sea un mal para ustedes. Dios conoce [todo] pero ustedes no”. (Corán 2:216)

A veces, Dios guardará Su respuesta a una duá hasta el Día de la Resurrección, cuando la persona va a necesitarla más que nunca.

La duá tiene poder ilimitado, puede cambiar muchas cosas y es un acto importante de adoración, tanto que nunca debemos perder la fe en ella. Hacer duá demuestra nuestra gran necesidad de Dios y reconoce que Él es capaz de todo. Él da y Él quita, pero cuando confiamos plenamente en Dios, sabemos que Su decreto es justo y sabio.

Haz duá y sé paciente, que Dios te responderá en la mejor forma posible, en el mejor momento posible. Nunca pierdas las esperanzas, nunca dejes de pedir, y pide más y más. Pide el bien en este mundo y en el Más Allá. La duá es el arma del creyente.

“Respondí su súplica y lo libré de su angustia. Así salvo a los creyentes (quienes creen en la Unidad y Unicidad de Dios, se alejan del mal y obran con rectitud)”. (Corán 21:88)

“Él responde [las súplicas] a quienes creen (en la Unidad y Unicidad de Dios) y obran rectamente, y les aumenta su favor. En cambio, los que se niegan a creer tendrán un castigo severo”. (Corán 42:26)

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